“Pues el no osar a hablar abiertamente de uno
mismo, revela cierta falta de coraje (III, 9).”
Michel de Montaigne.
“La escena es fácil de imaginar: el señor del castillo ha terminado su cena, más bien frugal, y anuncia a su mujer que se retira a la biblioteca. Ella apenas responde, pues es costumbre de su marido, desde que quedó libre de obligaciones públicas, encerrarse con sus libros cuantas más horas mejor, aunque no dejará de buscarla en la cama tres veces por semana. No es, a pesar de lo que pueda parecer, hombre huraño y taciturno. Conoce el trato con los demás y no le faltan buenos amigos; goza de buena consideración en su tierra y en la Corte, y gusta de saberse alejado de la tristeza. Un sirviente ha encendido la chimenea y prepara las velas en la mesa. No hay copa alguna de licor ni otro entretenimiento más que los volúmenes que le van a ocupar esta noche, los legajos que curiosea una y otra vez y la correspondencia, que escribe con el mayor rigor y cuidado en cuanto al estilo, sabedor de la nobleza del arte epistolar. Fuera de esa estancia, fuera del castillo, ocurren muchas cosas; pudiera decirse que está ocurriendo, de verdad, el tiempo, después de mucho tiempo: guerras y columnatas, opiniones nuevas y viejas refutaciones; versos de medida aún extraña al oído; imperios que crecen sobre imperios y estados que cuentan por fin su nombre. Muchas cosas ocurren en todas partes, pero a él, esta noche, no le interesan. Ya ha cerrado la puerta el sirviente. El hombre acaricia los lomos de los libros con la fruición con que un niño mira las golosinas del mercado, o un joven los cuerpos de las rameras que pasean por la taberna. Él conoce ambas sensaciones, aunque no es especialmente goloso ni especialmente lujurioso, pero se complace en saber que su templanza proviene de su ánimo, no de la mojigatería o de la ignorancia. Junto a él están Virgilio, Juvenal, Tito Livio, sus queridos sobre todo Séneca y Plutarco…Los mira no sin cierta tristeza, pues sabe que el latín empieza a ser una mera dificultad entre muchos estudiantes y hombres tenidos por letrados. No para él, que siente cada palabra y cada construcción tan vivas como su cuerpo, que ahora se acomoda entre el calor del hogar y la destemplanza de la digestión. Sabe que el mundo es de tal modo porque esos libros fueron escritos y porque vivieron los hombres que los escribieron. Siente que le están hablando a él con la franqueza y coraje que le hablan sus allegados. Su mano pasea y para en Petrarca, una decisión poco habitual, bien es cierto. Abre y al azar lee: ‘Chi può dir com’egli arde, è in picciol fuoco’ (el que puede decir como arde, sólo vive una pequeña pasión).
Y piensa en ese momento si acaso la pequeña pasión no es digna de ser dicha; si no es propio de enajenados querer aprehender en palabras lo que ellos mismos declaran inaprehensible; y piensa, sobre todo, si no cabe en el tiempo, en su tiempo, la vida de todos los que, como él, han preferido el placer del estudio, de la responsabilidad, del cariño; los que, como él, viven en un mundo del tamaño de un hombre, no del tamaño de un héroe inconcebible. Porque fuera de esa estancia, fuera del castillo, aunque a él -eso cree- no le interese, esa noche el mundo está tomando la forma del hombre y el tamaño del hombre.”
Álvaro Muñoz Robledano.
[Texto seleccionado por Mari Carmen y transcrito por Ricardo]
“Pues el no osar a hablar abiertamente de uno
ResponderEliminarmismo, revela cierta falta de coraje (III, 9).”
Aquesta frase és fascinant perquè l'entenc com la naturalitat a expressar-se tal com un és, tot superant els obstacles de la timidesa o de la falta d'identitat.