Entonces, el muchacho abría las páginas de un libro y leía historias de aventuras, de amores, de vidas intensas en países extranjeros con personajes curiosos.
Siempre le dijeron que la lectura es un tiempo perdido, pero él sabe que leer novelas o cuentos disipa los disgustos, la inseguridad y si en torno suyo escasea el afecto, lo compensa el encontrarlo en otras personas imaginadas. Si no oye palabras de estímulo las busca en las decisiones y en los sólidos sentimientos que cuentan los libros.
Por el balcón próximo ve el cielo, no azul sino velado por la neblina del calor; el aire está inmóvil y el sol da con sus manos abrasadoras una vibración sorda en las fachadas, en el metal de las barandillas, en los postigos. De pronto, un ruido confuso le distrae: es el ronquido de varios motores y voces. Baja la mirada el libro pero el fragmento aumenta; oye una canción que no distingue bien, que se acerca cantada por hombres,
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Le atrae el balcón porque allí fuera será donde ocurra todo, y de fueran vendrán las noticias de acontecimientos que él, sin duda, recordará pasados muchos años. Y tendrá que contar cómo los vivió y si le dañaron o le hicieron madurar. También contará que a la vez leía cuentos cuyo ambiente y los personajes que lo cruzaban le parecían más bellos, más nobles, más atractivos que todo cuando a él le rodeaba. En los libros encontraba la libre imaginación: una gitana que quiere cambiar de amor y huye o un cazador que se pierde en el bosque y encuentra un niño que le coge de la mano y le guía y otras historias semejantes que crearon la afición a lo fantástico y a la curiosidad por los caminos que mostraban los mapas.
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Penoso es comprender pero recuerda que en los libros no sólo hay historias divertidas, también leyó sobre el hambre, el sufrimiento, la esclavitud y no deben de ser fantasías si dan motivo a los himnos.
Ante el balcón, como si la calle fuera la única enseñanza, habrá de aprender por qué en la mañana calurosa vuelan los cánticos y luego se alejan, se apagan hasta desaparecer totalmente.
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De La Trilogía de la Guerra Civil
El libro, el balcón, la ventana y ahora internet como espacios abiertos al mundo, me hacen pensar en un precioso texto de Carmen Martín Gaite, 'De su ventana a la mía'.
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