sábado, 13 de febrero de 2016

CAPÍTULO XXXII
Que trata de lo que sucedió en la venta a toda la cuadrilla de don Quijote
1

“Y como el cura dijese que los libros de caballerías que don Quijote había leído le habían vuelto el juicio12, dijo el ventero:

—No sé yo cómo puede ser eso, que en verdad que, a lo que yo entiendo, no hay mejor letradoXV en el mundo13, y que tengo ahí dos o tres dellos, con otros papeles, que verdaderamente me han dado la vida, no solo a mí, sino a otros muchos. Porque cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí las fiestas muchos segadores, y siempre hay algunos que sabenXVI leer, el cual14 coge uno destos libros en las manos, y rodeámonos dél más de treinta15 y estámosle escuchando con tanto gusto, que nos quita mil canas16. A lo menos, de mí sé decir que cuando oyo decir aquellos furibundos y terribles golpes que los caballeros pegan17, que me toma gana de hacer otro tanto, y que querría estar oyéndolos noches y días.

—Y yo ni más ni menos —dijo la ventera—, porque nunca tengo buen rato en mi casa sino aquel que vos estáis escuchando leer, que estáis tan embobado, que no os acordáis de reñir por entonces.
—Así es la verdad —dijo Maritornes—, y a buena fe que yo también gusto mucho de oír aquellas cosas, que son muy lindas, y más cuando cuentan que se está la otra señora debajo de unos naranjos abrazada con su caballero18, y que les está una dueña haciéndoles la guarda, muerta de envidia y con mucho sobresalto19. Digo que todo esto es cosa de mieles20.

—Y a vos ¿qué os parece, señora doncella? —dijo el cura, hablando con la hija del ventero.
—No sé, señor, en mi ánima21 —respondió ella—. También yo lo escucho, y en verdad que aunque no lo entiendo, que recibo gusto en oíllo; pero no gusto yo de los golpes de que mi padre gusta, sino de las lamentaciones que los caballeros hacen cuando están ausentes de sus señoras, que en verdad que algunas veces me hacen llorar, de compasión que les tengo.

—Luego ¿bien las remediárades vos, señora doncella —dijo Dorotea—, si por vos lloraran?
—No sé lo que me hiciera —respondió la moza—: solo sé que hay algunas señoras de aquellas tan crueles, que las llaman sus caballeros tigres y leones y otras mil inmundicias22. ¡Y Jesús!, yo no sé qué gente es aquella tan desalmada y tan sin conciencia, que por no mirar a un hombre honrado le dejan que se muera o que se vuelva loco. Yo no sé para qué es tanto melindre: si lo hacen de honradas, cásense con ellos, que ellos no desean otra cosa.

—Calla, niña —dijo la ventera—, que parece que sabes mucho destas cosas, y no está bien a las doncellas saber ni hablar tanto.
—Como me lo pregunta este señor —respondió ella—, no pude dejar de respondelle.
—Ahora bien —dijo el cura—, traedme, señor huésped, aquesos libros, que los quiero ver.
—Que me placeXVII—; respondió él.”



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