jueves, 8 de diciembre de 2011

El enigma de la esfinge. Las causas, el curso y el propósito de la evolución. Juan Luis Arsuaga.


Cuenta la leyenda que en una colina cerca de Tebas había una esfinge que planteaba un enigma a todos los caminantes que pasaban por allí. Para quienes no contestaran correctamente a la pregunta el castigo era ser devorados por la Esfinge y quienes la resolvieran contraerían nupcias con la reina de Tebas. El enigma era el siguiente:

“Se mueve a cuatro patas por la mañana, camina erguido a mediodía
y utiliza tres pies al atardecer. ¿Qué cosa es?"

La esfinge fue devorando a todo aquél que pasaba por allí hasta que un día llegó Edipo quien respondió:

“Escucha, aun cuando no quieras, Musa de mal agüero de los muertos, mi voz, que es el fin de tu locura. Te has referido al hombre, que cuando se arrastra por tierra, al principio, nace del vientre de la madre como indefenso cuadrúpedo y, al ser viejo, apoya su bastón como un tercer pie, cargando el cuello doblado por la vejez.”

Juan Luis Arsuaga comienza el libro con la siguiente cita de “Edipo Rey” de Sófocles: “La Esfinge, con sus enrevesados encantos, nos inducía a pensar en lo que teníamos ante los pies, dejando de lado lo oscuro”. Así entendida, la ciencia es la parte de la filosofía que estudia lo próximo, lo que tenemos ante los pies, dejando lo trascendente para otras disciplinas del pensamiento. A través de éste nos preguntamos de dónde venimos y a dónde vamos. La ciencia difícilmente nos puede decir alguna cosa sobre la segunda parte de la pregunta pero sí algo sobre la primera, pese a la enorme complejidad de la misma.

Dejando de un lado los extremismos creacionistas, muy en boga hoy en día y fundamentados en nuestros todavía enormes desconocimientos sobre la materia, hemos de considerar que en los autores del Génesis ya había una cierta concepción evolucionista en la creación y desarrollo del Universo. Al fin y al cabo, según el Génesis, Dios creó el universo en 6 días, es decir, por fases.

Jean Baptiste Lamarck publica en 1809 su libro ‘Filosofía zoológica’ en el que defiende la teoría de que los seres vivos experimentan durante su vida diferentes modificaciones por el uso y desuso de sus órganos, modificaciones que se transmiten a la descendencia. Nunca se llegó a demostrar científicamente este mecanismo. A principios del siglo XX August Weismann demuestra la imposibilidad de transferencia de información entre la línea somática y la germinal, desechándose el lamarckismo.

A finales del siglo XIX Hugo de Vries defiende la teoría mutacionista. Según esta teoría, la evolución tiene lugar a saltos y procede de la ocurrencia azarosa de una mutación, preservada o eliminada posteriormente por selección natural. Hoy en día se sabe que los experimentos de Hugo de Vries estaban equivocados, ya que se hizo con un tipo de legumbre que tiene unas características especiales no extrapolables.

En el siglo XIX (Henri Bergson, entre otros) se desarrolla la teoría de la ortogénesis, según la cual la evolución de los organismos es impulsada en una determinada dirección por fuerzas internas a los mismos. Esta teoría fue apoyada principalmente por los paleontólogos al observar en el registro fósil series ordenadas que parecían reflejar trayectorias lineales a lo largo de períodos dilatados de tiempo.

En 1831 a Charles Robert Darwin se le ofreció la oportunidad de acompañar, en calidad de naturalista, a la expedición científica que a bordo del velero Beagle visitó América del Sur y las islas del Pacífico. Durante este viaje, Darwin hizo gran cantidad de interesantísimas observaciones (hallazgo de restos fósiles de seres vivos muy parecidos a los actuales, observación en islas distintas de diferentes especies de tortugas, pinzones, etc. que parecían tener un origen común) que le llevaron primero a aceptar la evolución de los seres vivos y luego a buscar una teoría científica que la explicara. Tras 23 años de maduración de conocimientos, en 1859 publicó su gran obra ‘El origen de las especies por selección natural’. En ella Darwin expone la teoría, apoyada con gran cantidad de datos, de que el origen de las especies nuevas se debe a la selección natural de los caracteres ventajosos que se presentan al azar en algunos de los individuos de la especie. Esta teoría fue desarrollada de forma simultánea e independiente por el biólogo norteamericano Alfred Russell Wallace. Según el gradualismo darwinista la variación en los seres vivos aparece por fluctuación continua, y el cambio evolutivo se acumula en incrementos infinitesimales y en la dirección favorable, gracias a la selección natural.

Lo cierto es que el desarrollo de la genética es acorde con el darwinismo, dando lugar a la corriente neodarwinista. Ahora sabemos que las variaciones entre los individuos provienen de constantes mutaciones genéticas aleatorias, conocemos cómo se transmiten los caracteres, y que, con el tiempo, el mecanismo de selección natural hace que se desarrollen especies nuevas y desaparezcan otras.

Sin embargo, tal y como antes se ha mencionado, este gradualismo no se observa en el registro fósil constatado por los paleontólogos. Ello podría deberse a que falten piezas en el registro fósil o a que el mecanismo evolutivo sea más complejo que el derivado de la selección natural. Por ello, Juan Luis Arsuaga en su libro sigue el modelo evolutivo propuesto por el paleontólogo George Gaylord Simpson, que pretende sintetizar las propuestas neodarwinistas con los datos obtenidos por los paleontólogos en el registro fósil. George Gaylord Simpson propone tres modos de evolución. En la “especiación” una especie instalada en un medio natural determinado (zona adaptativa), se divide en dos o más, para ocupar nichos ecológicos ligeramente diferenciados. En la “evolución filética” una población se transforma en otra sucesivamente, siempre dentro de una misma zona adaptativa, como en el caso anterior. Por el contrario, en la “evolución cuántica” aparecen rápidamente tipos de organismos completamente nuevos que pasan de una zona adaptativa a otra, desarrollando formas de vida marcadamente diferentes.

Pero el darwinismo, y en concreto el mecanismo de selección natural, tienen otro problema, que es el que motiva esta entrada. En un momento de la evolución de los homínidos aparece el “homo sapiens”, un ser que tiene la capacidad del lenguaje, del pensamiento y que, por tanto, es consciente de sí mismo. El lenguaje, el pensamiento, no son necesarios para la subsistencia y, por tanto, no encajan en el modelo de selección natural como motor de la evolución. Darwin y Wallace se dieron cuenta de este problema desde el principio. Así consta en la intensa relación epistolar que ambos biólogos mantuvieron. Enseguida advirtieron que el ser humano es una singularidad. Hasta tal punto ello fue así que Wallace tuvo una deriva teológica, llegando a la conclusión de que el pensamiento humano, su capacidad de lenguaje, sólo podía ser obra de Dios. En un momento determinado, Darwin llegó a advertir a Wallace que se estaban cargando la criatura (la selección natural como mecanismo evolutivo). Arsuaga termina concluyendo, como no podía ser de otra forma, que precisamente es el lenguaje, el pensamiento, lo que le permite disponer de una capacidad de adaptación al medio natural sin precedentes. De hecho es el único ser vivo adaptado a todos los climas terrestres.

El ser humano es el único que genera la realidad y los infinitos mundos imaginarios.

Pintura, 'La esfinge' de Franz von Stuck (1863-1928)

1 comentario:

  1. Efectivamente la realidad es un constructo de nuestra mente. El lenguaje, la consciencia moral y la creatividad son tres características del ser humano que no se habrían desarrollado si no tuviera consciencia de si mismo. ¿Cuál es el origen de este estado? ¿Cómo el cerebro, un órgano físico, genera emociones, sentimientos e ideas? Antonio Damasio, eminente neurólogo portugués, trata estos temas en su libro 'Y el cerebro creó al hombre'. (Quien tenga interés en leerlo yo lo puedo prestar). La literatura se ocupa de cualquiera de estos interrogantes, así lo hace Fernando Pessoa en su 'Libro del desasosiego': "Mi alma es como una orquesta escondida; No sé que instrumentos resuenan y cuáles se desvanecen dentro mío, cuerdas y arpas, timbales y tambores. Sólamente me sé reconcer a mí como sinfonía".

    Salud.

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